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viernes, 7 de octubre de 2011

Después de Octubre

 Jerónimo Pinedo

En el número anterior de esta revista escribí que el kirchnerismo debía entenderse en el pasaje de la construcción de un piso de nueva normalidad política hacia el engendramiento de una nueva hegemonía política y cultural.  Ahora me propongo explorar las tendencias que, según mi parecer, deberán tenerse en cuenta a la hora de ejercer los apoyos o las críticas al próximo gobierno de Cristina.

Efectivamente, como ha señalado muy sagazmente el anarkoperonista, llegó la hora de resetear la máquina con la que pensamos la política, estamos frente a un cambio de paradigma, un definitivo adiós a la lógica de la acción política noventista. No quiero decir que esto comenzó recién ahora, no, como todos sabemos el 2001 fue un verdadero punto de inflexión. Sin embargo, ese fue un período de cambios donde convivieron durante varios años los dos paradigmas, mientras que este es un período de consolidación del nuevo paradigma. Quien no entienda esto y recurra al hipercriticismo y el ultraprincipismo del período de resistencia al neoliberalismo, seguirá el camino más corto a la impotencia política y al onanismo intelectual, si es que ya no llegó al final sin salida de ese mismo camino.

Tanto aquellos que nos preparamos en esta etapa para apoyar críticamente una nueva gestión de Cristina, que evaluados los resultados hasta el momento, esperamos con mucha expectativa, como aquellos que desde un pensamiento de izquierda busquen ubicarse en una oposición y en una alternativa política de masas, y no en el cómodo pero improductivo espacio de las minorías esclarecidas, deberemos tener en cuenta al menos dos grandes cuestiones: la política de alianzas con las cuales se afianzará el esquema de gobernabilidad una vez consumada la victoria electoral y la agenda de gobierno de cara a los próximos cuatro años, ambas atravesadas por una dinámica, que a mi juicio, deberíamos defender tanto los que apoyamos como los que critican por izquierda, el protagonismo de la acción pública estatal.

Si bien sería un delirio político pedirle al kirchnerismo que serruche la rama sobre la que está parado, a saber, la adhesión de amplios sectores del peronismo, tanto los que sostuvieron cuando el gobierno parecía quedar a la intemperie como los que se han ido sumando posteriormente al “carro de los ganadores”, sería positivo que desde ese mismo peronismo, PJ y no PJ, y de los sectores progresistas, se hiciera escuchar el descontento con la política de sumar a como de lugar a “los arrepentidos” del antiguo régimen. O al menos poner ciertos límites aquellos que, como el gobernador electo de Río Negro, Carlos Soria, o al actual de Formosa, Gildo Isfrán, poseen un prontuario devastador y que han sido verdaderos enemigos de la movilización social y política que permitió derrumbar el esquema político noventista creando las condiciones de emergencia del kirchnerismo.

Es cierto que toda política hegemónica debe sumar, sobre todo en período electoral, y el kirchnerismo ha demostrado que se siente poco condicionado por sus alianzas electorales a la hora de tomar grandes decisiones, pero la pregunta es cómo y hasta qué límite es posible integrar, sin desfigurar la identidad política de los diferentes sectores que la apoyan. Más teniendo en cuenta que el oficialismo se sostiene sobre la idea política de que se están sumando nuevas generaciones a la política a través suyo, lo cual es palpable desde mi punto de vista, pero habrá que ver cuando estos nuevos sujetos de la política entrarán en contradicción con los dinosaurios que se suben al colectivo por la puerta de atrás cuando este marcha a buena velocidad.

El otro punto a tener en cuenta es la acción de gobierno, precedida por el activismo público estatal. ¿Cuál es la agenda deseable? ¿Cuál es la posible? ¿Qué hacer para realizarla? El kirchnerismo debe seguir atento a los movimientos en la sociedad  civil, su capacidad de oír las demandas y transformarlas en decisiones de Estado ha sido su principal capital de legitimidad y, a su vez, su principal estrategia para afrontar las coyunturas adversas. Pero también, en esta etapa hay que tener cuidado con nuestro conformismo, y estar dispuesto a proponer batallas políticas que no sepamos ganadas de antemano pero que creamos necesarias para hacer de la Argentina un país con más justicia social y democracia cultural. Para eso será necesario manejar las distancias entre la agenda posible y la agenda deseable, sin abolir ninguno de los dos polos, y donde los sectores de izquierda que buscan ubicarse como alternativa política serán, si así lo conciben y no terminan siendo el furgón de cola de la derecha mediática y política, fundamentales para traccionar desde lo posible a lo deseable.

En el marco internacional hay que seguir apostando a Sudamérica, y darle más dinámica a los procesos de integración política y económica. Tomando la posta que supo liderar Chávez y construir la institucionalidad financiera que nos permita mantener cierto poder de decisión económica en un contexto de globalización financiera desbocada.

Por último, al interior del kirchenrismo urge proponer una más clara y profunda reforma del Estado con sentido público, igualitario y democrático. Hasta ahora hemos estado trabajando con los pedazos funcionales del viejo Estado a fuerza de inyectarle recursos y decisiones, es hora de reformarlo para que este se ponga a la altura de las mejores decisiones políticas con capacidad de respuesta e implementación, con un servicio público capaz de atender con solvencia las enormes complejidades que nos depara la actual vida social en temas claves como son educación, salud, recursos naturales, hábitat popular, seguridad, etc. ¿No será esto lo que principalmente deba hacerse después de Octubre para consolidar el rumbo que muy probablemente será refrendado por las urnas? ¿Qué tenemos y qué estamos dispuestos a ofrecer de nosotros en esta fase de la historia política argentina?

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