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viernes, 7 de octubre de 2011

¿NADA IMPORTANTE SE DEFINE EN ESTAS ELECCIONES?


“¡Cómo te importa tu pureza, chico! ¡Qué miedo tienes de ensuciarte las manos! ¡Bueno, sigue siendo puro! ¿A quién le servirá y para qué vienes con nosotros? La pureza es una idea de fakir y de monje. A vosotros los intelectuales, los anarquistas burgueses, os sirve de  pretexto para no hacer nada. No hacer nada, permanecer inmóviles, apretar los codos contra el cuerpo, usar guantes. Yo tengo las manos sucias. Hasta los codos. Las he metido en excremento y sangre. ¿Y que? ¿Te imaginas que se puede gobernar inocentemente?”
Jean-Paul Sartre en Las manos sucias

“¡Cuanta charla! Si no quieres correr riesgos, no debes hacer política!
Jean-Paul Sartre en Las manos sucias


por Esteban Rodríguez


Perón decía que la política aborrece el vacío, que los espacios que se dejan en blanco, si no se los ocupa oportunamente, los ocupara el otro y luego... a llorar a la iglesia, anda a cantarle a Gardel!

Ahora que lo pienso, me doy cuenta que esta ha sido una de las frases que más he repetido en los últimos años durante mis clases, algunas charlas y en las tertulias con amigos. Sucede que tanto la izquierda tradicional o parte de ella, como la nueva izquierda o los autonomistas, han dejado muchos casilleros en blanco, han resignado ocupar espacios aún a riesgo de perder otra vez el tren de la historia. Lo saben y por eso se la pasan inventando interpretaciones para justificarse. Una de las consignas que vienen ensayando desde el 2003, por los menos desde el 2003, es "nada importante se define en estas elecciones". Digo “por lo menos” porque esa fue la conclusión repetida a la que había llegado el PCR, después de su polémico apoyo a Menem en las elecciones de 1989. De allí en adelante, la apuesta sería la “estrategia insurreccional”, las puebladas, el argentinazo. Parece que los maoístas argentinos se quedaron sin línea de masas hasta convertirse en otra patrulla perdida. De hecho, a juzgar por su intervención en el conflicto con el campo, podemos agregar que confundieron lo accesorio con lo principal, tratando incorrectamente las contradicciones en el seno del pueblo, y pifiándole otra vez, por añadidura, su política de alianzas.

Pero en el 2003, la consigna -que era la síntesis de plenarios vigorosos e interminables- quería traducir y continuar el espíritu callejero de las asambleas barriales: Que Se Vayan Todos. Con esa consigna, la izquierda perdió una oportunidad histórica que no creo vuelva a repetirse en el corto plazo. No sólo quedaba sola otra vez sino que confundía todo, como todavía lo sigue haciendo: que Menem era igual a Kirchner, que Cristina es mas de lo mismo, que entre Duhalde y Rossi, o Duhalde y Moyano, o Scioli y Garre no hay diferencias, que Sabatella, Bonafini, Carloto, Milagros Salas, Horacio González, Ricardo Foster, etc etc, son todos traidores que fueron cooptados a partir de la jerga de los derechos humanos y la inclusión social.

Pero detengámonos en esa consigna toda vez que la política se juega también en la construcción de consignas semejantes. Ya lo dijo Lenin en un articulo de 1917 dedicado a pensar el papel que tienen las consignas en las luchas sociales: "Ocurre muy a menudo que cuando la historia da un viraje brusco, hasta los partidos avanzados no son capaces, por un tiempo mas o menos largo, de adaptarse a la nueva situación y repiten consignas que si ya eran correctas, hoy han perdido todo sentido, tan súbitamente como súbito fue el brusco viraje de la historia." "Cada consigna debe ser deducida siempre del conjunto de los rasgos específicos de una situación política determinada."  Las consignas, entonces, tienen que tener la capacidad de interpretar y traducir el humor del pueblo, de poner de manifiesto sus problemas y desafíos. Aquel que interprete mejor los obstáculos y aspiraciones sabrá ganarse la adhesión de esos sectores. Por el contrario, el que confunda sus deseos con la realidad, correrá el riesgo de ser un charlatán y se quedará ladrando solo como perro malo. Porque las consignas, solamente pueden evocar los sentimientos de aquellos que se sienten identificados con ella. Por eso se ha dicho que una consigna vale más que mil discursos, y aquel que acierte tendrá un poder adicional, para nada desdeñable, cuando se trata de disputar el poder.

Nos interesa demorarnos en esta consigna ("nada importante se define en estas elecciones") porque la misma nos informando de las limitaciones de la izquierda pero también de su incapacidad para vincularse a los sectores populares y a otros sectores más o menos subalternos, depende como sople el viento de la economía y los créditos que financian el confort en Argentina. Una consigna que además nos está hablando sobre la falta de vocación política. Porque la izquierda no hace política sino que practica catecismo. Se la pasa haciendo auditorias ideológicas a todos aquellos que se corren de la línea correcta. La izquierda tiende a hacer política allí donde es o sabe de antemano que puede ser mayoría. Vista la política a través de la izquierda se parece a ese juego solitario que solía practicar de chiquito cuando levantábamos las cartas, apuntando con el dedo, buscando el “culo sucio”. La izquierda interviene si tiene el viento a favor, de lo contrario se repliega allí donde juega de memoria, al microclima universitario. La izquierda no hace política con el deseo de intervenir en la escena contemporánea sino para tener la conciencia tranquila; hace política para la posteridad. La izquierda –o al menos esa parte de la izquierda- se ha autopostulado como una suerte de vitrina moral, una reserva ecológica donde transitan ideas y valores -según dicen- en extinción. La izquierda no hace política, está para tutelar los principios en cuestión. La política es la mierda, el lugar de los compromisos y las manos sucias. Todo aquel que desee mantenerse puro que se abstenga de participar en política.  

La izquierda reniega de la política cuando se desentiende de las elecciones y subestima el papel que tiene no solo para la política actual sino en el imaginario de los argentinos. Ante esas circunstancias decide abstenerse, impugnar el voto o hacer un llamamiento al voto en blanco.

Pero todavía hay algo mas porque su resistencia a inscribirse en los procesos electorales se explica también en la incapacidad para coordinar y articular entre si o con otras fuerzas progresistas. El precio de su sectarismo suele pagarse demasiado caro: la historia la hacen los otros con sus errores y aciertos. La izquierda es el testigo de una historia que se le escapa de las manos. Mas allá de alguna inscripción puntual en la universidad o en alguna fabrica o barrio, la izquierda esta ausente. Esa ausencia no hay que buscarla solamente en las estrategias exitosas del enemigo (en la represión, judicialización y cooptación) sino en su propia torpeza y en la falta de audacia política.

Entre paréntesis podemos agregar que la reciente reforma electoral, estrenada este año, creó las condiciones para que la izquierda haga lo que no pudo hacer en casi un siglo: juntarse, pensar en conjunto.

La izquierda me hace recordar a los hinchas de fútbol que seguían el campeonato a través de Torneos y Competencias, cuando el fútbol no era para todos y se organizaba en función de la capacidad de consumo de cada uno de los fanáticos. Esos hinchas que no podían mirar los partidos, que estaban condenados a seguir el fútbol a través de la mirada de la hinchada que estaba en la cancha presenciando el partido. Me explico: la izquierda no solo quedo fuera del juego de la política, sino que tiene que seguirlo a larga distancia, través de los medios o, mejor dicho, seguirla por otros medios: a través de la tapa de los diarios. Si los peronistas se la pasan gambeteando en el fango de la política, y los radicales y socialistas miran el partido desde la tribuna, alentando o gritando -casi siempre gritando, claro esta!-, la izquierda, por el contrario, la sigue por TV. La izquierda es una gran lectora de diarios, hace política a partir de la agenda que ensayan los periodistas exitosos. Ni siquiera tiene permitido mirar el juego, lo sigue a partir de la indignación que se averigua en el enojo y las puteadas de la hinchada.

Ahora bien, cada uno de esos pasos en el vacío los hace reproduciendo una serie de argumentaciones, como por ejemplo que las elecciones no son una herramienta para el cambio social, que nada se puede esperar de los espacios burgueses como el parlamento, terreno de la hipocresía, que la verdadera política esta en la calle, que la estrategia insurreccional o de derrocamiento es el único camino hacia la revolución y que el resto es puro cuento, forma parte del espectáculo liberal.

Para refutar de un plumazo todos estos argumentos que rayan la pereza teórica y la modorra intelectual, me gustaría volver sobre un artículo que Lenin escribió en 1920, en vísperas de la celebración del segundo congreso de la Internacional Socialista. Me estoy refiriendo a "El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo", un libro traducido también como "el extremismo, enfermedad infantil del comunismo"

En el nombre del libro se averigua la puntería que practicaba Lenin: se trataba de una diatriba contra el revolucionarismo pequeño burgués dentro del movimiento bolchevique. El izquierdismo es una patología infantil porque se explica en la falta de experiencia. En efecto, la ausencia o la falta de experiencia, es lo que lleva a los cuadros más jóvenes a pensar la propia experiencia más allá de la política. Para Lenin no basta el deseo o el estado de ánimo para hacer la revolución, si las masas no lo comparten. El izquierdismo entonces, es la negación de la política, una tendencia a tomar una cosa por otra, el punto de vista subjetivo por la realidad objetiva: “…han confundido su deseo, su actitud político-ideológica con la realidad objetiva.” “Confunden ingenuamente ‘la negación’ subjetiva de una institución reaccionario con su destrucción efectiva mediante la acción conjunta de una serie de factores objetivos.”)

En ese sentido esta claro que “…el parlamentarismo ha caducado para los comunistas, pero no debemos considerar lo que ha caducado para nosotros como algo que ha caducado para la clase, para las masas.” De modo que si las masas creen todavía en las elecciones y, por añadidura, en los parlamentos, sustraerse de estas instituciones implica aislarse de las masas. Por eso agrega: “Mientras no se tenga fuerza para suprimir los parlamentos burgueses y todo otro tipo de instituciones reaccionarias, se debe actuar dentro de ellos porque es allí donde se encuentran todavía los embaucados por los curas y embrutecidos por las condiciones de la vida en el campo; de lo contrario se corre el riesgo de convertirse en simples charlatanes.” “Lejos de perjudicar al proletariado revolucionario, la participación en un parlamento democrático burgués (…) facilita el éxito de su disolución y ayuda a lograr que el parlamentarismo burgués políticamente caduque.” Por eso, “es inadmisible negarse a participar en los parlamentos burgueses.” “Solo desde estas instituciones tales como los parlamentos burgueses los comunistas pueden (y deben) librar una lucha prolongada y tenaz, sin retroceder ante ninguna dificultad, para denunciar, disipar y superar dichos prejuicios.”

En fin... como decía Perón, la política no es lo que vos querés sino lo que vos podes. Ya lo había dicho también Marx en un famoso pasaje del “18 Brumario”: “La historia la hacen los hombres, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo la circunstancias en las que se encuentran, que les han sido legadas por el pasado.”  Acotar la acción colectiva a las formas insurreccionales supone autoexcluirse de la política, con todo lo que ello significa para el socialismo: aislarse y, lo que es peor, perder la confianza de las masas populares. 

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