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viernes, 7 de octubre de 2011

OCTUBRE, PARA IMAGINAR

por Fernando Alfón

1.

Si alguien nos pidiera rápidamente una síntesis del Estado, eso que también suele llamarse comunidad política o república, podríamos afirmar que aparece bajo cuatro estados distintos: el ideal, el deseado, el real y el posible.
            El Estado ideal es el imaginado por los idealistas o utopistas. Es un arquetipo; no existe sino en nuestras ideas y se proyecta perfecto, geométrico y cerrado. En este Estado, por ejemplo, no existen cárceles porque no existen criminales y estos no existen porque nada auspicia el crimen.
            El Estado deseado es el que a menudo imaginamos la generalidad de los ciudadanos; tampoco existe, a no ser como deseo, pero no es ideal, es el Estado en que querríamos vivir. Por ejemplo un Estado en el que todo aquel que cometa un crimen sea juzgado y condenado justamente.
            El Estado real no es ni ideal ni deseado, es el Estado que existe de hecho, el que los ciudadanos agradecemos tener o padecemos, o ambas cosas a la vez. Es el Estado, por ejemplo, en que se cometen crímenes que a veces no son condenados.
            El Estado posible, finalmente, es un Estado que tampoco existe de hecho, pero que puede existir. Es decir que, dadas las condiciones reales del Estado se puede proyectar a nuevas condiciones de existencia. En este Estado, por ejemplo, se procura que los crímenes sin condena sean los menos posibles.

2.

Presentada esta síntesis, si tuviéramos que identificarnos con alguna de estas cuatro formas del Estado, diríamos que existen, en primer lugar, los idealistas, que solo saben del Estado en tanto programa especulativo; estarían los anhelantes (quizá los más numerosos y comunes) que les basta con imaginar el Estado que anhelan, sin atender si es perfecto, real o posible; estarían los realistas, que suelen ser los que administran de hecho el Estado real y que se hacen más realistas cuando más consustanciados están con la realidad; y estarían, por último, los posibilistas, es decir, los que tienden a que el Estado real se conduzca hacia el Estado deseado.
            Rara vez se producen coexistencias de estos Estados. Un Estado ideal jamás puede ser, a la vez, real; así como el Estado real no suele ser, casi nunca, el Estado deseado. No obstante, si estas cuatro maneras de vivir el Estado no establecen relación entre ellas, suelen degenerarse; es decir, el idealista puede devenir en purista; el anhelante en delirante; el realista en conservador; el posibilista en imprudente.
            Con cualquiera de estas cuatro formas que estemos comprometidos, es necesario advertir que lo estamos con formas distintas. El idealista está comprometido con las ideas, y es legítimo que así lo esté, solo que es desacertado cuando pretende hacer valer su programa ideal como si fuera posible. El realista, a su vez, suele ser muy malo imaginando y da la impresión que no estuviera comprometido con las especulaciones.

3.

Pues bien, pensemos todo esto en el caso argentino. Tomemos la década que va del año 2001 al 2011. En el año 2001 teníamos un gobierno que, absorto en un Estado deseado (paridad del dólar, blindaje económico, seguridad fiscal) se desentendió de tal manera del Estado real que el Estado posible se frustraba permanentemente. Terminó en estallido social. Durante el gobierno de Eduardo Duhalde, pareció haber conciencia del Estado posible al punto que se llevó el Estado real a una nueva realidad, pero el Estado que deseaba el duhaldismo, evidentemente, no era el que deseamos la mayoría de los argentinos. ¿Qué sucedió para desear otro Estado distinto? Veamos.
            El kirchnerismo, en primer lugar, careció de un Estado ideal. Partió sin arquetipo alguno; partió del Estado real y fue conduciendo sistemáticamente este Estado real al lugar que ocupaba el Estado deseado (se deseaba crecimiento sostenido: se logró; se deseaba mayor desendeudamiento: se logró; se deseaba movilidad jubilatoria: se logró; etc). Ese acercamiento del Estado real al Estado deseado fue corriendo cada vez más el horizonte del Estado posible. El kirchnerismo —he aquí, creo, su mayor logro— fue un gobierno de corrimiento sostenido del Estado posible. No se dejó  intimidar por el Estado real y tendió a sobre estimar el Estado deseado. A veces salió mal (como con la 125); muchas otras salió bien (como con la Nueva Ley de Servicios Audiovisuales).
            ¿Cuál es la manera de combatir un gobierno que establece sistemáticamente nuevos horizontes de lo posible?, pues corriendo sistemáticamente la barrera del Estado deseable. Esta fue la estrategia que adoptó la oposición, con el desacierto de que, por un lado, esos deseos no eran todos coherentes, y por otro, se percibían por los ciudadanos como deseos irrealizables. Por ejemplo, el gobierno bajaba el índice de mortalidad infantil, la oposición planteaba la consigna de «Mortalidad cero»; el gobierno bajaba los niveles de desocupación, la oposición planteaba la consigna de «Desocupación cero».

4.

El kirchnerismo, en sus distintas vertientes y expresiones, realiza estas cuatro acciones, especula en torno a Estados ideales (filosofa), predica el Estado que desea (milita), vive aferrado al Estado real (gobierna) y realiza un Estado posible (transforma). En este sentido supera ampliamente, o bien a aquellos que solo filosofan (los teólogos, los profetas), o bien a aquellos que solo militan (los trotskistas, los testimoniales); pero supera en actos de gobierno a otras formas de Estados reales (el macrismo) y en transformaciones a otras experiencias progresistas (el socialismo binneriano).
            Digo que realiza estas cuatro instancias y entiendo que no debería dejar de mantenerlas en tensión constante, pues si deja de imaginar Estados ideales empobrece las figuras y matices del Estado que desea. Si empobrece el Estado que desea conduce el Estado posible a formas, a su vez, empobrecidas. Canonizar, como ya sugerimos en el número 0 de La Grieta, es una forma de empobrecer el deseo.
            El próximo octubre, los desafíos no son fuerzas ajenas al kirchnerismo, son internos al movimiento, pues para que siga siendo vital y creativo, hace falta correr, nuevamente, el horizonte de lo posible. Lo que, a mi entender, necesita ahora el kirchnerismo, es una imaginación redoblada; una imaginación, por qué no, metafísica, para hacer que este estado de bienestar que comienza a asentarse se impregne de nuevos entusiasmos, base real, también, donde descansa la economía.

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